Evangelio del domingo 14 de diciembre 2025
III Domingo de Adviento
Evangelio según San Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: “¿Qué debemos hacer?” Él contestó: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”. También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: “Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?” Él les contestó: “No cobren más de lo establecido”. A su vez, los soldados le preguntaban: “Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?” Él les dijo: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”. Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”. Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.
Introducción: De las intenciones a la acción
A menudo nos quedamos en el nivel de las buenas intenciones. Queremos ser mejores, ayudar más, vivir nuestra fe con autenticidad, pero no pasamos a la acción concreta. El Evangelio de hoy nos confronta con una pregunta directa y práctica: “¿Qué debemos hacer?” Juan el Bautista no ofrece respuestas abstractas o teológicas, sino acciones concretas y realizables. La fe cristiana no es solo creer cosas bonitas, sino transformar nuestra vida cotidiana con gestos concretos de amor y justicia.
Oración: Espíritu Santo, ilumina nuestra mente y nuestro corazón para que no nos quedemos en palabras vacías o buenas intenciones. Ayúdanos a escuchar la Palabra de Dios con honestidad y a traducirla en acciones concretas que transformen nuestra vida y la de quienes nos rodean. Danos la valentía de preguntarnos sinceramente: “¿Qué debo hacer yo?” y la generosidad para responder con hechos. Amén.
1. La pregunta que cambia todo
“¿Qué debemos hacer?” Esta pregunta revela un corazón dispuesto a cambiar. No preguntan “¿qué debemos creer?” o “¿qué debemos saber?”, sino “¿qué debemos hacer?” La conversión auténtica siempre se traduce en acciones concretas.
Lo hermoso es que diferentes grupos hacen la misma pregunta: la gente común, los publicanos (cobradores de impuestos considerados pecadores), los soldados. Cada uno desde su realidad busca una respuesta práctica. Esto nos enseña que la santidad no es uniforme, sino que se vive de manera específica según nuestro estado de vida.
Juan no les pide que abandonen sus profesiones o que hagan cosas extraordinarias. Les señala cómo vivir con integridad en su situación concreta. A nosotros también Dios nos llama a la santidad aquí y ahora, en nuestro trabajo, familia, estudios, relaciones.
La clave está en pasar de la pasividad espiritual a la acción comprometida. No basta con asistir a misa o leer reflexiones; necesitamos preguntarnos: “En mi vida concreta, ¿qué debo hacer?”
2. Compartir: el antídoto contra el egoísmo
La primera respuesta de Juan es clara: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna”. El llamado a compartir está en el corazón del Evangelio. No se trata de dar lo que nos sobra, sino de reconocer que lo que tenemos es para servir.
Esta enseñanza resuena con el profeta Isaías 58, 7, donde Dios define el ayuno que le agrada: “Compartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo”. La verdadera espiritualidad se mide por nuestra capacidad de compartir.
En nuestra cultura de consumo, acumulamos cosas que no necesitamos mientras otros carecen de lo básico. Juan nos desafía a revisar nuestro estilo de vida. ¿Realmente necesito todo lo que tengo? ¿Qué puedo compartir con quienes tienen menos?
Compartir no solo ayuda al otro; nos libera a nosotros del apego y nos hace más felices. La generosidad ensancha el corazón y nos prepara para recibir a Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos.
3. Integridad en lo cotidiano
A los publicanos y soldados, Juan no les pide que cambien de profesión, sino que la ejerzan con honestidad. “No cobren más de lo establecido”, “no extorsionen a nadie”. La santidad se vive en la integridad de las acciones diarias.
Muchas veces separamos la fe de la vida ordinaria, como si Dios solo importara los domingos en la iglesia. Pero Cristo quiere transformar todo: cómo trabajamos, cómo manejamos el dinero, cómo tratamos a los demás, cómo usamos nuestro poder o influencia.
La integridad significa ser coherentes entre lo que decimos creer y cómo vivimos. Es no hacer trampa en el trabajo, no mentir para obtener ventajas, no aprovecharnos de otros, ser justos en nuestras relaciones comerciales y laborales.
Esta coherencia es el mejor testimonio de nuestra fe. No necesitamos discursos religiosos si nuestra vida habla por sí misma. Como dice Santiago 2, 17: “La fe, si no va acompañada de obras, está completamente muerta”.
Idea de compromiso personal
Identifica un área concreta de tu vida donde necesites mayor coherencia entre tu fe y tus acciones. Puede ser en el trabajo, en tus finanzas, en tus relaciones. Decide una acción específica para esta semana: compartir algo concreto con quien lo necesite, corregir una injusticia, ser más honesto en algún ámbito, o simplemente cumplir mejor tus responsabilidades cotidianas.
Oración final
Señor Jesús, no queremos ser cristianos de palabras solamente, sino de hechos y de verdad. Ayúdanos a traducir nuestra fe en acciones concretas de amor y justicia. Danos ojos para ver las necesidades de quienes nos rodean y un corazón generoso para compartir lo que tenemos. Fortalece nuestra voluntad para vivir con integridad en todo lo que hacemos, sabiendo que en cada acción podemos encontrarte y servirte. Virgen María, Madre de la acción y de la entrega, enséñanos a responder con prontitud a la llamada de Dios como tú lo hiciste. Que nuestras obras den gloria al Padre y preparen el camino para la venida de tu Hijo. Amén.

